Manos en un envoltorio

09 abril 2012

A él le encantaban sus manos. ¿A él? Sí, a mí. Unas manos pequeñas pero no demasiado, delgadas pero no hasta los huesos, cortas pero no achatadas. Curtidas por un trabajo que desde la primera mirada denotaba haber sido metódico, más bien dosificado: se distribuía entre las esquinas de las articulaciones y descendía con regularidad precisa, hacia el desemboque de las palmas por un lado y de los nudillos por el otro. Se hacían patrones estriados de belleza impresionista, para que cuando alejase la mirada pudiera apreciar la totalidad del cuadro con admiración anonadada. Cuando las giraba hacia su rostro el trabajo impreso en las manos trazaba pequeños mapas que se suspendían virtualmente en el espacio, en un acto de sobre-estimulación de mi propia imaginación...
¿Por qué mi mirada se posa sobre tus manos? ¿Por qué se posa ahí para no querer dejarlas? Me pregunto una y otra vez con la intención de evitar la operación sin poder lograrlo en absoluto. Después de todo, ¿Qué son manos que son ojos que son mirada? ¿Qué son manos que son ojos que son mirada que se deposita en ese lugar?
Son sensaciones acompañadas de imágenes: o son manos ajenas... ¿Tus manos son tus manos? Reconozco tus manos por sus pequeños detalles. Una línea que atraviesa los senos de tus palmas, o pequeños callos semiduros en los dobleces de tus dedos. Pero lo que realmente las define (definir: un imposible) es cómo sabes sin saberlo que mueves tus manos, entre el salero, la mesa y tus rodillas, te frotas los dedos, delicia de las sensaciones, extremo de los impulsos, y los entremezclas como arañas, o como pequeños tejidos de seda que se componen caprichosa, casi hedonistamente, persiguiendo al haz de luz que se les escapa.
Cuando tus dedos y tus manos detrás de ellos suben para posarse sobre tus labios, de inmediato dudan, reniegan de su propio deseo y se(te) detienen(s) y se devuelven por completo hacia la mesa, para regresar hacia el principio que en ese instante yo mismo me estoy inventando, como si de alguna manera hicieras una especie de rutina gimnástica que se repite en series, ciclos o secuencias: un sueño dentro de un día. Pero de inmediato tus manos se percatan y refutan mi hipótesis, me muestran lo que hacen sin mostrármelo, me enseñan que parecen dibujar un triángulo o una parábola, y en cuanto aprehendo ese momento lo dejan, lo cambian, lo deshacen, me abandonan...
Tus manos son cartografía que estratifica crónicas que me hablan de tí, y se desenvuelven en frases célebres de tu biografía poco a poco inventada por mí. Las frases son siempre imágenes en claroscuro de poderes exteriores alguna vez manipulados a tu voluntad, introducidos inconscientemente en los talles de mis venas. Corren todas ellas por el centro mismo de mi sangre e implotan vertiginosamente para reducir mi cuerpo al tamaño y la forma de un espejo, yo sin sustancia ya, yo sin nada que mostrar más que tu reflejo.
¿Qué serán mis manos para las tuyas? ¿Esperarán algo de ellas? ¿Tocar tus manos será como hundir las mías en un agua diáfana y tibia, como experimentar (al fin) una muerte placentera?
Me doy cuenta de que mis manos ya las tengo, y con ellas quiero recorrer las tuyas, saborear los pliegues, deslizar los talles, deshacer los nudos y memorizar cada uno de sus surcos. Tengo mis manos para tan sólo pretender tener las tuyas. Mis manos ya las tengo porque en ellas hay un mechón de nervios que se crispan y erizan cuando perciben aquella presencia, imaginada o actual; porque se quieren desenvolver en el espacio que produce un momento con mucha más importancia que cualquier otro... tocarte.
Hay tres palabras que explican por qué quiero tocar tus manos: para recordarte siempre.

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