Gotitas.

19 septiembre 2011

El saxofón calma mientras continúan. Caen. Al inicio no se sentian listas como para salir de su cuenca, ahora se avientan sin chistar. Salen por una presión incontenible, los recuerdos, las ausencias y el extrañamiento las obligan. Se ahogan al sumergirse en el aire. Escucho sus quejidos, sofocados por el temor de despertar a alguien. Son (tienen que ser) solitarias.
En su agonía las acompaña un atabaque, habla de ambos. Dice: ese día no apareciste, aunque prometiste que irías. Estabamos en el pasto cuando llamaron. Te habían encontrado. Incrédulos te buscamos. Que te vieron, que llamaste, que estabas... Pero no, en aquellos momentos te sacaban del auto donde moriste. Te vimos de nuevo cuando tu piel era ya morada, tu carne fría y descomponiéndose. Al menos eso nos dijeron, por eso te enterraron tan rápidamente. Y ella te acompaña, están cerca, ¿la has escuchado? De ella sí tuvimos tiempo de despedirnos. Bueno, los que pudieron. Los que llegaron. Aunque yo le hable del clima, del calor incesante, del tapabocas, de los otros que estaban postrados en la blancura hospitalaria. No explicité mi adiós... Cómo se decir adiós así, sin más, como si fuera cualquier cosa, como si se fuera a repetir, como si se pudiera pronunciar. Recordamos los últimos días con la cabeza. Aún tenemos el cabello corto. Ese fue nuestro adiós, aunque no lo sabíamos.

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