Kafka

23 marzo 2012

El recuerdo bloquea al deseo, lo calca, lo hace regresar a los estratos, lo separa de todas sus conexiones.

- Gilles Deleuze y Félix Guattari

Sin embargo, para ellos, esta desventaja es aceptable siempre y cuando forme parte del rizoma. ¿Y qué es, de alguna manera, el rizoma? La esquizofrenia: queda entonces el esquizoanálisis.

Las continuas imágenes kafkianas de levantarse y romper el techo con la cabeza, o tener que estar agachado o encorvado por el techo mismo (ver América, El Proceso, El Castillo, La Metamorfosis...), hacen referencia a bloques de memoria - alegorías complejas de interrelaciones sensoriales - que reconectan al deseo, y lo dirigen por lo general a recuerdos sonoros que forman parte de un devenir inasequible, "indesmontable". Esta "inasequibilidad" es una desterritorialización esquizo que permite efectivamente el escape, la huída hacia nuevas conexiones que son cada vez más "paradójicas" o "incoherentes" y a la vez más instituyentes de relaciones afectivas y efectivas: se trata de un imaginario dialéctico.

Los recuerdos sonoros, además, son pura materialidad sonora, son ruidos o voces en cuerpos "que no les corresponden", y que arrastran las acciones del que los escucha, como en una especie de magnetismo que tiene la capacidad de metamorfosear las acciones propias. Es decir, el que produce una acción (particularmente un sonido) lo hace para que esta se reconfigure en el espacio material y le sea devuelta de tal manera que siempre no signifique lo que antes parecía significar: una especie de no-elipsis, que me gustaría llamar topología del interior. ¿Cuál interior? Ninguno, el que parece surgir cuando la materialidad (sonora o de otro tipo) nos devuelve la acción ya metamorfoseada, reconfigurada, desterritorializada.

La materia "no formada" o siempre inasequible es ese aquello que siempre ejerce su acción sobre los otros términos o elementos: la "paradoja" de fondo es que siempre hay la posibilidad de que esta surja del sujeto mismo, y le sea devuelta de manera no-reconocible, ahora sí como en una especie de elipsis que, sin embargo, no es elipsis. Así pues, y volviendo al principio, la cuestión no es oponer una liberación contradictoria a un algo obsesionado con significar dictatorialmente, sino, antes bien, a producir una continuación esquizofrénica de puntos de salida, de direccionamiento, de reproducción-reconstitución permanente (y decir "permanente" ya es un equívoco en este caso), de "significar" significando lo menos posible: no apto para hermeneutas. Deleuze llama esto, con suficiente (mas no gran) acierto, intensidad(es).

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